Ana Rodríguez de la Robla y Fernando Abascal
Miércoles 25 de mayo de 2011
19:00 horas
Aula Magna de la Facultad de Filología
elcriticondeana.blogspot.com Blog de Ana Rodríguez de la Robla
ANA RODRÍGUEZ DE LA ROBLA (Santander, 1971). Historiadora y filóloga. Poeta. Ha impartido docencia, conferencias y lecturas en varias universidades e instituciones españolas y extranjeras. Realiza crítica literaria y musical en diversos medios de comunicación. Dirige la Revista de Cultura QVORVM y el Aula de Letras de la Universidad de Cantabria.
Como poeta, ha publicado La propia habitación (2010), La última palabra (2009), Acción de gracias (2006), Naturaleza muerta (2000), La sombra sostenida (1997) y Reloj de agua (1995).
TEMPVS FVGIT
Recibo ovillada el nuevo año. Mi cuerpo anudado encarna un homenaje a la edad que me acomete, que no es otra cosa que un instante circular, como el círculo que el reloj de arena traza en su cambio de sentido, como el grano mismo que gira en ese cambio, en el gesto aleatorio de la mano que acaricia como a un perro el tempus fugit. Mi cuerpo es un espejo y mi espejo es una fuga, un cuadro dentro del cuadro, un fractal, una estrella que nace y se agota en su luz propia, una lágrima temblando en el balcón del lacrimal. Mi edad es un punto en una infinita sucesión de puntos. Una esfinge atrapada por su enigma. Una palabra que regresa como el eco, del vacío.
© Ana Rodríguez de la Robla
FERNANDO ABASCAL (Santander). Catedrático de Instituto y profesor-tutor de la UNED. También imparte clases de Literatura en la Universidad de Cantabria y en los cursos de verano de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo.
Es autor de los libros de poemas: Ramaizal (1977), De palabra (1981), La memoria del cuerpo (1985), Manual para cruzar el mar (1987), Tratado de pasión (1999) y Los poemas ásperos (2010).
LOS SERES ELEGIDOS
Llenaremos un termo de leche y en una bolsa azul, como granos
de indócil alegría, guardaremos lo que alguna vez amamos.
En esa luz asomada, tal vez quepa lo vivido, sin nostalgia ni exceso,
lo vivido.
Cuando nos cansemos, apoyaremos la espalda en las piedras
soleadas de los establos y, a su regreso, los animales
nos devolverán una antigua claridad,
la afirmación de sus ojos en los nuestros.
Escribimos como vivimos, en cabañas.
Y seguiremos las pisadas de alucinados ángeles, en ello habrá algo
intemporal, una llave perdida y sin dueño.
Al anochecer, apilaremos leña y sentados uno al lado del otro,
entre hierbas y húmedos helechos, contaremos orugas y guijarros
mientras centellea junto al fuego la peladura de una manzana.
Ahí, en el centro de la noche, seremos como dos migas
en un prado oscuro, una perdurable nada,
y solo atenderemos las palabras de los seres elegidos.
© Fernando Abascal